jueves, 15 de julio de 2010

Úsese una vez, deséchela después



En la revista "Diabetes Hoy", Róman Ahuí, consejero en diabetes y poeta, escribe una columna llamada Espejos laterales que trata sobre situaciones relacionadas con la diabetes agregándole un poco del toque literario que lo carácteriza. Uno de los relatos que me gustó más de su columna se titula "Úsese una vez deséchela depués". Aquí se los muestro.


No tiene trabajo, ni seguro médico, ni marido, pero sí una hija y una abuela a quienes mantener. Maripaz terminó la preparatoria un par de años atrás, cuando el amor estaba lleno de teorías y una sola práctica; cuando las maneras de nombrar ciertas cosas eran interminables; cuando ni siquiera conocía la superficie de la palabra "diabetes". Pero ésta llegó en un tiempo donde se acumulaban, apuñados, nuevas experiencias.
Al entrar a los 18 años, apenas tuvo lapsos entre libros y cuadernos, para conceder a la recién llegada bebé en su seno y sus mans. Un año más tarde se adentraba en la cascada de información médica tras su diagnóstico. En ningún caso hubo un solo día para esperar, se asumió de inmediato como madre y mujer con diabetes. Desgarrando la nueva situación no pasó demasiado tiempo para hallarse abandonada por un hombre que tuvo más temor que ilusiones, más ignorancia que apego y sentimiento.
Desde entonces, ha hecho el esfuerzo de dar atención a los cuatro que son su responsabilidad: su hija, su abuela y ella misma contándose por dos. La manutención médica de su diabetes desde el inicio le ha implicado un apuro económico. Se priva de lujos superfluos porque está segura de que, finalmente, la verdadera riqueza está en la salud.
Cierto día, después de las innumerables pisadas hacía el paraíso laboral esquivo, Maripaz se reconoció sobreviviendo entre la escasez. Cayó en la cuenta de que llevaba 15 días sintiendo penetrar la misma aguja de su jeringa para la insulina. Apenas fruncía el seño, a pesar de que su piel ejercía resistencia a cada piquete y se laceraba en tanto que el empuje de la jeringa se volvía más feroz. Pero si algo había aprendido muy bien era que nunca debía abandonar la insulina. Ese frasquito que a ojos de otros contien un líquido, para ella implica la vida inyectable.
Su pasado y su futuro habitan en la misma casa, la miran sonreír desde el espejo mientras se atavía los cabellos, la escuchan cantar en la ducha una tonadilla distinta cada mañana, como un ritmo íntimo de bienvenida al nuevo día. Maripaz ha hecho el hallazgo primordial: es su propio e intenso presente.
Hoy mientras camina por las calles, que años atrás indudaban las pupilas con colores electorales, ha dejado de creer en las promesas azules y en los sueños rosas. Por ahora el mejor empleo es ver crecer a su amada Fernandita y aprender de la entereza de su cariñosa abuela.

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